Hay un país que nunca sale en los medios de comunicación donde la democracia se entiende de otra manera. En ese país no hay candidatos para ejercer la presidencia del gobierno. Lo prohíbe la ley. Nadie que tenga aspiraciones personales de ejercer el poder puede postularse para la presidencia de gobierno. Se considera peligroso y nocivo para el bien común que alguien tenga ambiciones personales de control sobre lo que pertenece a todos. Por ello, el procedimiento en ese país parte de la creación de un comité formado por catedráticos, juristas, economistas, filósofos, sociólogos, pedagogos, todos ellos de prestigio reconocido por la sociedad. Su misión consiste en buscar cinco candidatos de diferentes perfiles cuyos méritos, experiencia y capacidades los hagan acreedores a una candidatura a la presidencia del gobierno. En ese país, servir como presidente de sus conciudadanos se considera un servicio honorable, por ello, todos suelen aceptar el encargo. Los candidatos, con un equipo asesor elegido por ellos, elaboran un programa y participan en una campaña electoral. Una campaña en igualdad de condiciones, todos con los mismos tiempos en los medios. Los mensajes repetidos en bucle destinados a seducir a los votantes están prohibidos. Los mensajes son exclusivamente informativos y con cuidada pedagogía, quedando prohibido denigrar a los otros candidatos. El respeto al adversario es una norma de honor en esa nación.
El candidato elegido en las urnas sólo dispone de una legislatura de cinco años. No puede repetir. Queda de esa manera neutralizado el afán de gobernar en beneficio propio buscando repetir en sucesivas legislaturas mediante la autopropaganda y la fidelización de un voto cautivo otorgando beneficios a sectores de la sociedad que pueden entregarle su voto en agradecimiento. La corrupción, por otra parte, apenas tiene tiempo de tomar asiento, dada la eventualidad del mandato de única legislatura.
Los cargos públicos, que suman varios miles, no pueden ser ejercidos por militantes de ningún partido. Así, directores generales, presidentes de empresas públicas o fundaciones gubernamentales son seleccionados al efecto por comisiones específicas de cada ministerio en base a criterios de mérito, experiencia y capacidad y refrendados por cada ministro. Los nombramientos a dedo, basados en amistades y lealtades partidarias quedaron desterrados de esas tierras hace largo tiempo.
El programa presentado a los electores es entendido como un contrato por el cual el presidente se vincula con todos los ciudadanos. Por ello, en ese país se ha establecido el derecho de revocación, que obliga a un presidente a dimitir si se demuestra que no está trabajando por avanzar con el programa prometido o trabaja por otros proyectos que no había confesado a sus electores.
Los partidos políticos no pueden formar gobierno en esa república; no pueden, por tanto, comprar poder con prebendas a otros partidos a cambio de apoyos cuyo precio pagan todos los ciudadanos. Queda así desincentivada la lucha por el poder. Su labor se limita a constituir la cámara del parlamento como diputados para votar la aprobación de las leyes y para controlar la labor del poder ejecutivo. Se logra, así, de manera efectiva, una auténtica separación de poderes…
Seguramente, todavía no sepas de qué país está hablando esta crónica. O tal vez ya te hayas dado cuenta de que ese país es sólo un producto imaginario; un sueño de la razón, lo cual no quiere decir que no sea perfectamente factible; aunque no en España. No, porque los artífices del régimen de 1978 crearon un ecosistema óptimo para los partidos políticos, blindando sus injustificados privilegios con la Constitución, que quedó cerrada con siete llaves para que no pudiera ser tocada, arrojando esas llaves al río. Así, la ciudadanía vive hoy en un confortable secuestro partitocrático; en esa feliz servidumbre de quien habita en una amigable dictadura sin saberlo. Resulta por ello imprescindible recordar en este contexto la reflexión de Aldous Huxley: “Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, una cárcel sin muros en la que los prisioneros nunca soñarían con huir. Un sistema de esclavitud donde, gracias al consumo y a la diversión, los esclavos amarán su servidumbre”.










