1941. Tras el ataque japonés a Hawái, el Pacífico se convierte en nuevo escenario bélico. Los norteamericanos despliegan parte de su armada por el inmenso océano vigilando la presencia japonesa en cada isla. Fue entonces cuando llegó John a la isla de Tanna, una isla perdida en el Pacífico sur. Traía una misión de guerra. Con una pequeña patrulla se instaló en el lugar con una estación de radio en labores de vigilancia. La tribu de Tanna era pacífica; sus gentes le acogieron amistosamente. “Hello, I’m John from América”, se presentó. Los de Tanna le miraron con perplejidad, sin quitar la vista de aquellos equipos militares que traía. “John, from América”, repitió varias veces. Empezaron a llamarle John From. La isla pronto resultó ser un lugar aburrido, a fuer de apacible, para los fines militares del desembarco. Los informes diarios por radio eran siempre los mismos; indistinguibles unos días de otros: “Sin novedad en Tanna”. Tras el regalo de una bisutería de plástico, el jefe de la tribu le había ofrecido una choza donde instalarse. Todas las mañanas, desplegaba su equipo de radio sobre un tronco a la puerta de la choza para emitir su informe. Mientras hacía sus pruebas para sintonizar, inadvertidamente, empezaban a aparecer chiquillos, atraídos por los ruidos de la emisora. Se colocaban discretamente detrás de John. Luego, empezaban a oírse voces y más ruidos extraños saliendo de aquella caja, y seguían llegando, ahora adultos. John levantaba la mirada y veía a toda la tribu expectante a su alrededor. Aquella caja metálica, llena de cachivaches, botones y cables tenía gente dentro que hablaba entre ruidos de otros seres extraños que emitían gruñidos que no se correspondían con ningún animal conocido.
La vida discurría plácida con aquella asamblea silenciosa que se reunía cada día en torno a la caja mágica. Cada quince días, llegaba un barco que le suministraba provisiones. John pidió que le trajeran alguna revista para hacer más llevadera su estancia, militarmente insulsa. Así, en la isla de Tanna empezó a leerse la revista Life. John mostraba las fotografías de la revista a la asamblea de la tribu reunida en torno a la emisora de radio. Lo que más les gustaba eran las fotos de los anuncios. Les hablaba de aquellas cajas embrujadas donde la gente metía ropa y esta empezaba a dar vueltas ella sola como si estuviera poseída por algún espíritu enloquecido. O aquella que convertía el agua en témpanos duros, que no se podían tocar porque herían la piel. Pero cuando más abrían los ojos era cuando les mostraba aquellas cajas con gente dentro, que se veían a través de un cristal. “Algún día tendréis estas cosas”, les decía para alegrarles el día. Ellos se reían satisfechos. Pero otros inventos les asustaban; sobre todo el pájaro de hierro. Les mostraba fotos de aviones que surcaban el cielo llenos de gente. “Algún día volaréis en un pájaro de estos”, y ellos, instintivamente, se echaban para atrás como si fueran a ser abducidos.
Un día, un pájaro de hierro lanzó sobre la isla varios paquetes con alimentos. Un regalo americano que los isleños corrieron a recoger. Pero los de Tanna sabían que aquellos regalos se los enviaban sus antepasados, y organizaron una ofrenda ritual, y danzaron en torno a From, porque sus antepasados lo habían enviado para obsequiarles.
La guerra llegó a su fin. Un barco arribó para recoger a From. Un adiós triste. El desamparo se cernió sobre la tribu. From los consoló diciendo que volvería. Pero el tiempo pasó. Salían cada mañana buscando en el horizonte algún barco, alguna señal. Nada. Danzaban en círculos por la noche invocando el espíritu de John From. Masticaban la raíz de kava, y entraban en trance. Nada. John From les había abandonado. Un día, se presentó el chamán en el ritual nocturno con una madeja de cables. Aseguraba que pertenecían a John From. Eligió una anciana de la tribu y enredó los cables en torno a su cuerpo, iniciando una jaculatoria ininteligible. Y entonces John From se manifestó, y habló por boca de la mujer. Musitó algunas palabras apenas inteligibles, pero todos estuvieron de acuerdo en haberle oído decir que volvería pronto. Incluso algunos habían oído claramente que volvería con la última luna de febrero. Las invocaciones con la madeja de cables se hicieron periódicas. Y en la última luna de febrero, todos esperaban desde la noche hasta la mañana con los mejores manjares que podían reunir para agasajarle en su venida. Pero John From no llegaba. Y se fueron repitiendo los rituales un año tras otro esperando la venida.
Luego llegaron los misioneros. Y les hablaban de un dios crucificado. Pero ellos sólo esperaban a From, el heraldo de sus antepasados; y los misioneros se desesperaban viendo estéril su predicación. Un día, un misionero habló con el jefe de la tribu: “Han pasado ya 19 años y John From no ha venido. ¿Por qué seguir esperando?”. Y el jefe: “Vosotros lleváis dos mil años esperando a Jesucristo y no ha venido. Nosotros también podemos esperar todo ese tiempo”.
La fe no se cuestiona… ¿O sí?