De las seis ermitas que existieron en el municipio esta fue la primera y la única que se conserva, guardando en su interior a la Virgen que lleva el mismo nombre y de quien ilustres personajes se acordaron en su último aliento
Desde un pequeño asentamiento en el cerro allá por el 1135, hasta la urbe que es a día de hoy, Laguna siempre ha girado en torno a un edificio que, para sus vecinos, representa el emblema de la localidad y es la casa de su patrona; la ermita de Nuestra Señora del Villar. Pero, ¿qué tiene de especial este templo?, ¿Acaso es el único que existió en el municipio? ¿Cuáles son los secretos y milagros que lo envuelven? Se podrían hacer infinidad de preguntas y muchas quedarían sin respuesta, aunque, por suerte, algunas de ellas pueden encontrarse en antiguos documentos y otras traspasadas de generación en generación por la cultura popular para ofrecer una luz en la penumbra de las dudas.
La ermita del Villar tiene su origen en aquel primer emplazamiento humano del siglo XI, un pequeño núcleo que, atendiendo a lo que dice la RAE, tomó el nombre de villar por su significado de “pueblo pequeño”, y se lo dio también a la talla románica que presidió este centro eclesiástico, consolidándose así como la casa de la Virgen del Villar.
Esta no fue la única ermita que existió en Laguna, aunque sí la única que se conserva, pues con el paso del tiempo la localidad llegó a tener hasta seis ermitas; San Juan, San Miguel, San Sebastián, Nuestra Señora del Camino (que volvería a ser más adelante Ntra. Sra. del Villar), la de la Pasión y la del Santo Cristo del Humilladero. Sin embargo, igual que llegaron se fueron, conservando solo la primitiva, cuya virgen protegía del paso de los siglos y de la destrucción de los hombres.
Pero la virgen no fue la única pieza clave en la conservación de este edificio, ya que diferentes y devotos personajes también intervinieron. El primero de ellos fue Baltasar de Paredes, quien en el siglo XVI encargó construir la nueva ermita sobre los terrenos de la original, y dejó escrito en su testamento que, a su muerte, esa obra habría de terminarse con sus bienes. En este caso la estructura tuvo una planta cuadrada y un pórtico, una disposición que el indiano Juan López de Mesa cambió con la ampliación del siglo XVII, cuando la nave pasó a tener planta rectangular, a la que se añadirían un siglo más tarde la sacristía y el camarín de la Virgen.
Sucesivas intervenciones y cambios fueron dando forma al actual edificio, donde aún se puede disfrutar de las pinturas sobre la coronación de la Virgen, las siete litografías de los dolores de María y las pinturas ingenuas de los milagros, lo más llamativo al margen de la propia imagen. Pues otra de las figuras que fue fundamental en lo que es hoy esta ermita para Laguna y sus habitantes es el rey Fernando III de Castilla, protagonista de uno de los milagros más llamativos relacionados con la santa.
Y es que aunque a esta virgen se le atribuyen numerosos exvotos, su divina intervención en la guerra entre Fernando III y su padre Alfonso IX fue clave para marcar un antes y un después en Laguna, pues, dándole el favor a Fernando llenando del lodo y fango de la laguna a sus oponentes, hizo que el regidor, en señal de gratitud, ordenara que todos los 8 de septiembre fueran día de celebración.
Como esta, se ha mantenido en la villa otra leyenda relacionada con el ataúd que se encuentra incrustado en la pared, pues se dice que aquí yacen los restos mortales del soldado Sebastián Ruiz de Enebro, natural de Laguna y militar de fortuna a quien sus travesías y odiseas por todo el globo lo llevaron incluso a batallar y vencer al afamado pirata inglés Sir Francis Drake. Se dice que, en el último de sus viajes, fue a despedirse de la virgen y prometió que “vivo o muerto” volvería a visitarla, de tal forma que, tras su muerte, su ataúd fue llevado por una yegua hasta las puertas de la ermita, donde se desplomó por el cansancio, incrustandose así el ataúd en la pared, de donde hoy dicen que, cuando alguien intenta meter la mano, un hormigueo insoportable recorre su extremidad, haciendo que se le quiten las ganas de tocarlo.
Historia, mitos y una virgen milagrosa envuelven este edificio en un halo de misterio que convierten a la ermita del Villar en el epicentro del origen de Laguna y la razón por la que tanto su ubicación como su evolución sean tan especiales para todos los vecinos de la villa.