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1932: Laguna de Duero se convierte en la cuna de la amarga infancia de Francisco Umbral

Retrospectiva

14 de noviembre de 2020

Apartado por su familia biológica, el periodista y escritor se crió en el municipio, en una difícil etapa que marcaría definitivamente su personalidad y su obra literaria.

Reconocido, en el panorama literario, como uno de los autores españoles más prolíficos e influyentes del siglo XX, y ampliamente galardonado -con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras o el Premio Cervantes, entre otros- el escritor Francisco Umbral ocultó, tras su prosa y sus éxitos, un pasado más que difícil. Tras ese carácter exacerbado que dejó polémicas imborrables como aquel famoso ‘He venido a hablar de mi libro’, se filtraban los ecos del trauma de un autor que difícilmente hablaba de sí mismo. Que sufrió las penurias de una infancia en abandono, donde nadie luchó por él y tuvo que salir adelante por sí mismo.

Lo que pocos saben es que esos primeros años de crianza los pasó en Laguna de Duero, junto a una nodriza llamada Pilar que le alimentó y cuidó hasta los cuatro años. Tal y como refleja la biógrafa Anna Caballé en ‘El frío de una vida’ (2004), Umbral vivió en Laguna “una infancia terrible en la pura España negra, con padres sin amor”, lo que le llevaría más tarde a buscar, a través de la escritura, su identidad y su lugar en el mundo.

La familia de Francisco Umbral provenía del municipio leonés de Valencia de Don Juan, y se había trasladado a Valladolid en 1923 para labrarse un futuro. Su madre, María Pérez Martínez, se quedó embarazada inesperadamente, fruto de su relación con Alejandro Urrutia, quien no quiso hacerse cargo del niño. Debido a las presiones de la sociedad de la época, que estigmatizaba y veía como ilegítimos a los hijos de madres solteras, May -como se la conocía en su entorno familiar-, pidió ayuda a sus familiares, intentando ocultar su creciente embarazo ante el enfado y decepción de su padre, Claudio.

Así, pasó oculta sus últimos meses de gestación, en diversos pueblos, “ante la mirada sopesadora y sabedora de los vecinos”, hasta que se trasladó a Madrid para dar a luz. Lo hizo en un hospital benéfico de Lavapiés, para evitar cualquier habladuría. Así, el 11 de mayo de 1932 llegaba al mundo Umbral, bautizado como Alejandro Francisco Pérez Martínez. La familia decidió que, para tapar el escándalo, el niño pasaría sus primeros años en Laguna de Duero, donde podrían vigilar su crianza y desarrollo con discrección, al tiempo que mantenían las apariencias en la casa familiar de la capital, ubicada en la plaza de San Miguel. Laguna, en aquellos años, era un lugar de veraneo común entre los vallisoletanos de clase media, y tenía fácil acceso a través del tren.

En su novela ‘Los males sagrados’ (1973), el propio Umbral rememora su estancia en nuestro municipio, donde estaba al cuidado de Pilar, una ama de cría que cuidaba de él a la vez que de otros “dos o tres niños”, que se convertirían en sus “hermanos de leche”. A ella se refiere como una mujer agraria, seca, manante, fea, cariñosa, desdentada y reidora”. En aquella época era habitual que madres solteras como Pilar se convirtieran en amas de cría de otros niños para subsistir. Para Umbral, su criadora lagunera representaba esos “senos sarmentosos que daban leche milagrosa para el hijo de la carne”.

Visitado ocasionalmente por su abuela Luisa, Umbral creció sin padre ni madre, sufriendo un desapego y un distanciamiento que marcarían, por siempre, su dolorida sensibilidad, su carácter en ocasiones amargo y su prosa más melancólica. Reflejo de ello son las líneas que dedicó a nuestro municipio, con el recuerdo del “atardecer con vientos y árboles agitados, la abuela que se alejaba como una sombra enlutada y mi llanto largo, solitario, desgarrándome por dentro para siempre”.

En medio de un panorama rural muy humilde, de estos años en Laguna Umbral recordaba a los distintos vendedores ambulantes y pregoneros que recorrían las calles vendiendo churros, miel o flores de té. A traperos, palanganeros, leñadores, lecheros y gitanos que se mezclaban con las mujeres y las ancianas, en un día a día marcado por la pobreza del campesino.

Su madre, May, sufría tuberculosis, y apenas le visitaba, centrada en su nuevo trabajo como secretaria del alcalde de Valladolid, Antonio García Quintana. No fue hasta años más tarde, en su adolescencia, cuando Umbral supo que su “tía May” era en realidad su madre biológica. Finalmente, en agosto de 1936, y tras el estallido de la Guerra Civil, la familia decidió trasladar a Umbral, ya con cuatro años cumplidos, a la casa de Valladolid, donde siguió sufriendo las consecuencias de los prejuicios de la época, así como el hambre de la posguerra, hasta que despegó su carrera periodística y literaria de la mano de Miguel Delibes, quien vió en el un talento inequívoco para las letras.

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