21 de diciembre de 2024
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El Cascajo, la ‘cantera’ de grava a cielo abierto que pasó a ser cementerio y escuela

Retrospectiva

11 de julio de 2023

El actual Centro Cívico fue, durante décadas, la última frontera al sur del pueblo, y debe su nombre a las piedras que se recogían en este lugar para la construcción

Pocos laguneros conocen el origen que da nombre al barrio del Cascajo, el cual fue, durante muchas décadas, el límite al sur de la localidad, en un tiempo en que el pueblo ocupaba un 15% de su extensión actual. Conocido por la RAE como ese “conjunto de fragmentos de piedra más gruesa que la grava y menos que los cantos rodados que se emplean para pavimentar carreteras”, el denominado ‘cascajo’ se extraía de este enclave, bautizando esta particular ‘cantera’ a la que los laguneros recurrían para construir sus viviendas junto con el tradicional adobe, o también para pavimentar las escasas carreteras que por entonces existían. Según se señala, la zona, un solar a cielo abierto, era además rica en arenas, las cuáles eran ampliamente utilizadas para estas labores.

Durante siglos, en esta remota zona del sur del pueblo había una amplia charca –donde ahora se ubican las pistas polideportivas del Cascajo- y acogía además una ermita y un humilladero. En concreto, la Ermita de Nuestra Señora de la O estaba en los actuales jardines del Centro Cívico, y además, junto al charcal mencionado, existía un humilladero –pequeña capilla- en honor al Cristo de la Pasión.

Precisamente estos enclaves religiosos fueron muy determinantes cuando, en 1883, los laguneros tuvieron que tomar la decisión de dónde trasladar el cementerio, eligiendo precisamente este punto. Hasta entonces, y desde la Edad Media, el camposanto del pueblo había estado situado en la actual Plaza de la Iglesia, frente al principal templo del municipio. Sin embargo, existía, desde comienzos del siglo XIX, una legislación que hacía hincapié en la prohibición de albergar cementerios en los cascos urbanos debido a los brotes de diversas fiebres y enfermedades.

En realidad Laguna fue de los últimos municipios en acatar esta normativa, que ya fue dictaminada por el propio Carlos III en 1787 pero que tardó en aplicarse varias décadas en los entornos rurales. Por tanto, el Cascajo fue el lugar idóneo, ubicado en las afueras del pueblo, para reubicar, en 1883, los restos de los laguneros más antiguos, y se situó el cementerio en el jardín que actualmente flanquea el Centro Cívico. Por entonces, el municipio no llegaba a los 1.000 habitantes, pero en los albores de un prometedor siglo XX el pueblo continuó creciendo, de modo que, tan solo 25 años después, hubo que volver a buscar una nueva ubicación para el camposanto, teniendo en cuenta que se estaban construyendo más y más viviendas. En 1908, finalmente, se decidió trasladar de nuevo el cementerio hasta su ubicación actual, al final de la Avenida de Madrid.

Durante años, el lugar permaneció en desuso, aunque el traslado del cementerio se desarrolló de manera gradual –no se desmantelaban los cementerios, que seguían siendo lugares sagrados, sino que se mantenían las tumbas a menudo durante años-. Junto a este punto había un lugar conocido como ‘La Tirada’, una instalación donde se depositaban los restos de carbón de RENFE para seleccionarlos. A principios de los años 60, y ante la necesidad de construir unas nuevas escuelas, se puso en marcha el proyecto para erigirlas en el Cascajo aprovechando este terreno municipal.

Por entonces, y desde 1928, solo existía la Escuela Doña Esperanza, ubicada en los antiguos ‘Corralillos’ de la calle Huertas, y hacía falta más espacio para los niños y jóvenes, ya que la población había superado los 2.000 habitantes e iba en aumento. Así, se decidió ubicar las escuelas donde antes había habido un camposanto.
Se dice que durante la excavación para poner en marcha este colegio público se sacaron multitud de huesos, los cuáles fueron trasladados al actual cementerio.

También es anecdótico que, debido a la prohibición de construir durante 100 años encima de antiguos camposantos, se dejó el patio al aire libre en la zona donde estaban las tumbas, un patio que aún permanece ajardinado dentro del Centro Cívico. En torno a 1960 se puso en marcha esta Escuela, dando respuesta a los 2.867 habitantes y 613 hogares que atesoraba un pueblo en pleno crecimiento.

Diversas generaciones de vecinos y vecinas –por entonces, había segregación por género en las escuelas- se formaron durante los 60 y 70 en esta Escuela, que posteriormente, y con la puesta en marcha de nuevos centros educativos, pasaría a utilizarse como Centro Cívico, acogiendo distintas actividades asociativas, culturales y formativas hasta la actualidad.

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