Andaba un día el Gran Hacedor contemplando desde allá arriba su obra en la Tierra, más aburrido que un músico en un velorio, y vio que aquello le había salido demasiado perfecto, excesivamente soso; fue entonces cuando, dejándose llevar de su genio provocador, decidió añadirle un toque de perversión a su creación. Se fijó en algunos bichejos menores, por si aquello se le iba de las manos, y determinó someterlos a un malévolo experimento. Empezó con una dulce mariposa, la hormiguera de lunares (Phengaris arion). Puso el Gran Hacedor en su adn una feromona de olor similar a la de las hormigas Myrmica sabuleti, de forma tal que la oruga de la mariposa, depositada en las inmediaciones del hormiguero, era reconocida por las hormigas como miembro de su propia colonia y la arrastraban hasta el hormiguero; la reconocían como su futura reina; y la alimentaban hasta que se hacía adulta, en detrimento de sus propias larvas que incluso eran devoradas por la oruga. Finalmente, habiendo triunfado la impostura y el fingimiento, levantaba el vuelo. El experimento le hizo gracia al Todopoderoso, que le dio su visto bueno, condenando a las pobres hormigas a sufrir para siempre el abuso de la hormiguera de lunares.
Los días allá arriba se hacían eternos, y las tardes, interminables; así, cedió a la tentación de probar nuevos ensayos. Quiso ahora romper el idilio entre hormigas y pulgones en su perfecta sociedad de justo intercambio de melaza por protección. Puso en el pulgón (Paracletus cimiformis) una feromona que imitaba las sustancias emitidas por las larvas de la hormiga Tetramorium. En respuesta, las hormigas se llevaban las larvas del pulgón al hormiguero y éstas, una vez dentro, se dedicaban a succionar la hemolinfa de las larvas de hormiga desarrollándose a su costa.
Esta experiencia de chupadores de sangre ajena le resultó divertida, así que decidió seguir adelante con más ensayos, ahora con otras especies de hormigas. Se decantó por convertir a las hormigas amazonas (Polyergus rufescens) en hormigas esclavizadoras. Las hormigas soldado de éstas hacían incursiones en hormigueros ajenos llevándose los huevos fecundados, de forma que estos eclosionaban en el hormiguero de sus captoras. Sin ser “conscientes” de ser esclavas, las nuevas obreras trabajaban para el hormiguero de sus raptoras limpiando la casa, trayendo comida para sus amos y cuidando sus larvas.
Esta observación de las esclavas que desconocen que lo son, le resultó aún más estimulante al Gran Hacedor, y viendo que las hormigas respondían dócilmente a sus planes, siguió adelante, fijándose ahora en las reinas; y creó reinas parásitas, que “cortaban” por lo sano (Bothriomyrmex regicidus y decapitans). Estas reinas colonizaban hormigueros de otras especies, introduciéndose en el nido y buscando a la reina huésped, montándose sobre su dorso y cortándole poco a poco la cabeza. La reina asesina es entonces adoptada por las obreras huérfanas, que cuidarán sus huevos y la alimentarán. Pero aún se podía buscar una mayor sofisticación. Manipuló entonces el adn de otra nueva especie, (Monomorium santschii), provocando que la reina parásita indujese a las obreras a que matasen a su propia reina mediante la secreción de otra poderosa feromona.
Estos casos de regicidios, golpes de estado y seducción hipnótica de las poblaciones le hicieron cambiar el semblante al Todopoderoso, pero aún insatisfecho, se preguntaba cómo funcionaría aquella ingeniería genética en la especie humana. Aquello le tentaba mucho, así que se embarcó en un último experimento: “pongamos todo esto junto en la genética humana”, se dijo. Y así fue hecho. Y tomando aquel enorme “regalo” que le hacía el Gran Hacedor, y viendo las formidables posibilidades que aquello le ofrecía, el homo sapiens creó la Política. Lo que vino después ya lo conocemos… ¿o todavía no nos hemos enterado y estamos sufriendo el síndrome de las hormigas esclavas?