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Manuel Merino: ”Yo no llamaré al cura cuando me muera, porque me voy a morir con Dios”

¿Quién vive aquí?

24 de mayo de 2023

El lagunero, podólogo de profesión y amante de la poesía -un género en el que ha recibido varios reconocimientos- reflexiona sobre la religión en su última obra, ‘Pude ser tú’

Con una vitalidad que habitualmente no acompaña a sus 95 primaveras, nos recibe Manuel Merino para charlar con nosotros sobre su nuevo libro ‘Pude Ser tú’. Con ilusión, nos acomodamos en el salón para comenzar una charla agradable y distendida. Manuel, nacido en 1927, conserva un gran bagaje de todas sus experiencias en la vida. Con una mochila cargada de enseñanzas y una mente que no pierde el sentido crítico, ha decidido plasmar sus pensamientos respecto a uno de los pilares fundamentales de su vida del que poco a poco ha ido distanciándose: la religión y el clero.

Si en obras anteriores, como ‘Balcones Interiores’ (2011), Merino reunía versos sobre el amor, el saber, o la vida, el que fuera ganador local del Certamen Literario de 2016 -gracias a su obra ‘Vivir pensando’- se centra en esta ocasión en otra de las temáticas más recurrentes en su obra: la de Dios, la fe y la religión.

Esta nueva obra, a pesar de contar con poemas, no es un poemario como tal, sino un ensayo hablando del clero y su opinión sobre el mismo. Él, creyente desde joven, recuerda ir a misa todos los domingos y haberse educado en Pamplona, en los Escolapios, donde conoció una monja que había escapado de la quema de conventos. En esta época Manuel comenzaba a tener sus contactos con la religión, pero con “una atracción normal hacia lo religioso”.

Merino recuerda el uso del temor como herramienta habitual para educar desde el cristianismo, mentando al infierno, advirtiendo que con cualquier tocamiento se les “iba a deshacer la médula espinal” y haciendo ver que una simple atracción era pecado. A pesar de ello, la cristiandad estaba presente en su vida, siendo incluso parte de los ‘Luises’, una asociación jesuita para la juventud. En su etapa más adulta, Merino consolidó su fe en Dios, e incluso realizó un escrito al Vaticano en el que propuso ciertas reformas para el cristianismo de cara a las nuevas generaciones.

La respuesta de la Santa Sede, enmarcada en un cuadro del pasillo de su casa, simplemente enuncia que lo han recibido y que gracias por tomarse las molestias de escribir: algo parecido a que el Papa te deje en leído. Aún así, dice que no le apena, porque es consciente de cómo funcionan las cosas dentro de los altos estamentos clericales. Así, piensa que “la carta no le ha llegado al Papa”, sino que un secretario “le ha enviado la bendición”.

El germen por el que Manuel termina escribiendo este libro llega cerca de sus sesenta años, hace casi ya treinta. Él considera que en ese momento, y tras una vida entera detrás del dogma cristiano, abre su mente y comienza a cuestionarse el funcionamiento de la Iglesia actual, a la que percibe como “otro Congreso más de diputados o senadores” en los que solo se discute por el poder.

La figura del Papa también es algo que le inquieta, ya que tenía en buena estima a Francisco, le veía en sus comienzos como alguien dispuesto a modernizar la institución, pero ahora cree que “al papa le tienen controlado y atemorizado, no puede hablar porque no le dejan, y le puede pasar como a Juan Pablo I, que como no se hace autopsia…”

El problema de la Iglesia es, para Merino, “que los curas se creen que todavía somos analfabetos”. Para Manuel la Iglesia es la gente que ayuda, los misioneros, los que reciben refugiados, colaboran en los comedores sociales, etc. Para su gusto, la Iglesia debería de sufrir una “reforma drástica, pero, sobre todo, transparente”, aunque no cree que con los dirigentes actuales fuera posible.

Tras este desencanto, ha decidido cambiar su manera de afrontar la religión. Sigue rezando en su casa, con su habitación destinada para ello y su tele puesta, pero ya no de la misma manera. “Yo me valgo de la Iglesia lo que me apetece. Utilizo a la Iglesia sin que me manipule. Yo no llamaré al cura cuando me muera, porque voy a morir con Dios”. Es consciente de que puede llegar a Dios sin intermediarios, a través de su fe, prescindiendo de cualquier “parafernalia”. Según sus pensamientos, “nadie ha conocido a Dios. Puede ser el propio cosmos o la naturaleza”, por lo que “seguir unas normas para comunicarse con él no tiene sentido”.

Con esta demostración de agilidad mental y criterio propio, Manuel sigue pensando en escribir, en producir más obras para seguir dejando su huella en el mundo a través de sus pensamientos y sus vivencias. Una huella que, sin duda, a lo largo de su vida, ya ha dejado plasmada entre los habitantes de Laguna de Duero.

Fotografía: Santiago Bermejo.

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