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Sara Vega, dietista y nutricionista: «Cómo sobrevivir al bombardeo del marketing»

Actualidad

18 de marzo de 2021

La lagunera, impulsora de ‘Nutrición con Gusto’, nos ofrece unos consejos para elegir correctamente a la hora de comprar nuestros alimentos, evitando los riesgos de la publicidad engañosa.

Ir a hacer la compra es mucho más que pasearse por los pasillos del supermercado llenando la cesta de la compra con todos aquellos productos que dicen solucionar todos nuestros problemas. Por mucho que queramos hacer una compra saludable, nos toca librar una batalla con toda la publicidad engañosa que vemos no solo en las etiquetas de los productos, sino que hemos visto y escuchado previamente en la tele, en la radio e incluso en revistas, hasta en las que llevan la salud como bandera.

Para protegernos, aprender a leer etiquetas es un aspecto clave para así desarrollar capacidad crítica a la hora de tomar mejores decisiones. Para ello, conviene distinguir entre dos tipos de declaraciones: las declaraciones nutricionales y las declaraciones de salud.

► Las declaraciones nutricionales son las que aluden a los nutrientes presentes en el alimento. Me refiero a declaraciones del tipo bajo en sal, fuente de fibra, alto contenido en hierro, etc. Como existe una legislación sobre dichas declaraciones, están controladas.

► Las declaraciones de salud, en cambio, hacen alusión a los (supuestos) beneficios del producto para la salud. ¿Te suenan afirmaciones del tipo ‘ayuda a tus defensas’, o ‘ayuda al normal funcionamiento del sistema digestivo’? En este caso, para conseguir estos reclamos no necesitan tener que probarlo con estudios, sino que les basta con añadir algo (una vitamina, un mineral…).

¿Por qué no nos deberíamos fiar de esta clase de declaraciones de salud? Porque lo que venden como positivo puede desviar nuestra atención de otros aspectos más importantes. Por ejemplo, ¿te has parado a ver qué cantidad de azúcar hay en un zumo que se vende como fuente de vitaminas o en un yogur que nos ofrece fibra? Y no se limitan a emplear declaraciones nutricionales y de salud porque hasta en los nombres comerciales son capaces de hacernos creer que el producto es estupendo (artesano, ligero, funciona, digestive…). Y, por último, pueden hacer referencia a criterios de alimentación como los recomendados por las sociedades de Nutrición, Alimentación y Dietética, destacando un aspecto del alimento y obviando otros.

CONSEJOS PARA APRENDER A LEER ETIQUETAS

Si ya has empezado a leer las etiquetas, ¿qué es lo primero que miras? Muchísimas veces, vamos directamente a la tabla nutricional. Queremos saber cuántas calorías tiene el producto y basamos nuestra decisión de compra en el número que aparece en dicha tabla. Sin embargo, estas tablas nos dan información cuantitativa, no cualitativa. Por ejemplo: proteínas < 2g, pero no sabemos si son proteínas de alto valor biológico o de bajo valor biológico. Podemos ver qué cantidad de grasa, pero no si dicha grasa es o no trans. Como con la tabla no podemos saber qué alimento está detrás, ¿cómo podemos guiarnos? Leyendo la lista de ingredientes y teniendo en cuenta ambas (la lista de ingredientes y la tabla nutricional). En lo que más nos tenemos que fijar al leer la lista de ingredientes es:

• El número de ingredientes: lo ideal es que tengan 5 o menos ingredientes en total. De esta forma, conseguirás filtrar y descartar alimentos ultraprocesados y con poco interés nutricional (¡aunque cuidado con las excepciones!).

• El orden de los ingredientes: éstos aparecen por orden decreciente, siendo el primero el más abundante y el último aquel que se encuentre en menor proporción. No os fieis de esos productos que prometen ser una cosa pero cuando miras la lisa de ingredientes acaban siendo otra.

• El tipo de aceite: busca evitar aceites refinados, como el aceite de girasol o el de palma y prioriza aquellos de calidad como el aceite de oliva virgen o el aceite de oliva virgen extra.

• Los azúcares: ¡cuidado! Ten el ojo abierto para todas sus variantes: azúcar o sacarosa, azúcar moreno, fructosa, dextrosa o D-glucosa, maltodextrinas, jarabe de maíz, sirope o néctar de agave, sirope de arce, panela…

• La sal: intenta que no se encuentre entre los tres primeros ingredientes (lo mismo puede aplicarse a los azúcares). Un alimento es alto en sal cuando contiene >1g/100 g de producto. Si se aconseja tomar <5g de sal al día… ¡cuidado con las sumas!

• Los edulcorantes. Estos productos alteran la microbiota intestinal y provocan un aumento del apetito a causa de la distorsión de las señales de saciedad, aparte de deteriorar la tolerancia a la glucosa. ¡Y cuidado también con los potenciadores de sabor!

Ahora bien, aprender a leer etiquetas puede ser un arma de doble filo. De poco sirve buscar salud entre el etiquetado si esto te genera malestar u obsesión. Recuerda, también tienes derecho a disfrutar de aquellos alimentos no clasificados como saludables. Y ya para terminar, me tomo la libertad de citar unas palabras de una compañera de profesión, Julia Jiménez: no hay salud sin flexibilidad, no hay salud si hay culpabilidad.

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