21 de noviembre de 2024
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‘Un puñal en el corazón de España’, por Javier Palomar

Javier Palomar

30 de mayo de 2023

Recientemente emitió tve2 un documental sobre la vuelta al mundo en un avión supersónico. Para ponderar su proeza, los autores, anglófonos, tomaban como referente histórico a Magallanes. Afirmaban sobre el portugués: “Hace 500 años, Magallanes zarpó de España en lo que sería la primera circunnavegación de la Tierra”. Añadían después: “Sobre los hombros de Magallanes, Collins, Armstrong y Aldrin (primeros hombres en Luna) hemos ampliado los límites de lo que es capaz de hacer la humanidad”. De la épica, como se ve, ya se encargaban ellos. Sin embargo, los sesudos guionistas debieron caer en la cuenta, después, de que Magallanes nunca realizó tal circunnavegación porque fue asesinado por indígenas filipinos a mitad de travesía. Así que tenemos al primer hombre que dio la vuelta al mundo sin darla. Pero la circunnavegación sucedió realmente. Entonces, ¿es que los barcos volvieron solos? Un artículo del National Geographics da también el protagonismo al portugués; aunque se ve obligado el autor a admitir que un español, Juan Sebastián Elcano, fue quien completó el viaje y la circunnavegación. Pero vamos, que Elcano se presenta como un subalterno sin mayor mérito.

Visto el enfoque anglosajón de nuestra historia, la pregunta es si la leyenda negra antiespañola desapareció completamente o aún mantiene suficientes rescoldos. La leyenda negra se fraguó en el siglo XVI. España dominaba el mundo; gobernaba importantes territorios en Europa y estaba creando un gran imperio colonial en América. Los tercios españoles señoreaban por las tierras europeas. Esto irritaba sobremanera a nuestros vecinos, que contemplaban impotentes los éxitos hispanos. Así, iniciaron la campaña de desprestigio y difamación más exitosa que vieron los siglos. Se valieron para ello de algunos escritos cruciales que se encargaron de dar a la imprenta y traducir en las lenguas dominantes europeas. Uno de estos documentos fue el Manifiesto de Guillermo de Orange, líder de la rebelión de los Países Bajos contra Felipe II. Acusaba el holandés a nuestro rey de asesino, bígamo, adúltero, incestuoso y algunas otras lindezas más. Otro documento lo aportó el resentido Antonio Pérez, secretario de Felipe II, huido de la justicia castellana, quien escribió las Relaciones, poniendo a España y a los españoles de chupa de dómine; rápidamente se llevó a imprenta en Europa. El dominico Bartolomé de las Casas con Su Relación de la destrucción de las Indias aportó también una ayuda inestimable a los enemigos de España. Y la Inquisición, torturando y quemando herejes, fue también un filón para nuestros detractores. Otro español, Reinaldo González Montes, llevó a la imprenta en Alemania una feroz diatriba contra la Inquisición. La imagen que quedó la resume certeramente Voltaire: “Los Papas crearon la Inquisición y los inquisidores españoles le añadieron la barbarie”.

Con estos mimbres, la negación de cualquier éxito español se convirtió en una consigna, lo que explicaría que la gran victoria española sobre la armada inglesa en Coruña y Lisboa, mayor que la inglesa sobre la Armada Invencible, haya sido ignorada en los libros de historia.

El trabajo estaba hecho; sólo había que esperar a que diera sus frutos; y la cosecha fue generosa y se prolongó por más de tres siglos. Apenas había muerto Felipe II y ya Quevedo se vio impelido a escribir contra tales infamias “sólo por ver maltratar con insolencia mi patria de los extranjeros… no habiendo para ello más razón que tener a los forasteros envidiosos”.

El erudito Julián Juderías fue el primero en realizar un estudio pormenorizado de esta propaganda antiespañola, publicando su Leyenda negra (1913). En esta obra, Juderías da relación de unos 350 libros de historiadores europeos denigratorios de todo lo español. En España, mientras tanto, apenas se divulgaba nuestra historia, de forma tal, que se terminaron asumiendo las tesis foráneas ante la abundancia de sus publicaciones. Y de esta forma, la historia de España la terminaron escribiendo sus enemigos, y muchos de los historiadores de aquí la asumieron como propia. Sirva el ejemplo de Sixto Pérez, que arremetía contra Felipe II, el ogro de los historiadores europeos, refiriéndose a él como “el puñal en el corazón de España”.

Y mientras Europa nos daba lecciones de tolerancia religiosa, en Francia se desataba la Noche de San Bartolomé, con 15000 protestantes (hugonotes) asesinados por católicos. En Alemania se perseguía a los anabaptistas, aniquilándolos por miles; Inglaterra masacraba a miles de irlandeses, pasándolos a cuchillo por ser católicos. Y mientras nos aleccionaban con su ideal civilizador, España fundaba 26 universidades en América. Inglaterra llegaba con casi un siglo de retraso a fundar su primera universidad americana.

Dice Juderías que el mantenimiento de la leyenda negra se debe a la humildad con que reconocemos la superioridad moral y material de Europa; y parece que de esto aún no nos hemos despojado. La obsesión por homologarnos con Europa; la creencia de que lo de ahí afuera siempre es mejor que lo nuestro; y ese permanente mirar por el rabillo del ojo a ver qué dicen de nosotros a cada paso que damos es una impronta acomplejada que nos ha quedado. Y es que, según Quevedo, vamos al revés que franceses e ingleses “que de sus mentiras y sueños hacen verdades”.

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