23 de noviembre de 2024
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‘Libres de pecado’, por Javier Palomar

Javier Palomar

19 de julio de 2022

Con el refranero castellano se podría describir y explicar con precisión el comportamiento de los partidos políticos, sus trampas y trucos para seducir a la clientela vendiéndole mercancía dudosa para conquistar el poder. Entre los numerosos refranes que radiografían la naturaleza de esos lobbies de poder está ese que habla de ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio, que se complementa bien con el evangélico “el que esté libre de pecado…”. De eso está llena la jungla política. Lo estamos viendo en los últimos tiempos al albur de la irrupción de cierto partido que ha emergido con fuerza por los arrabales de los centros del poder. Un partido presentado por sus adversarios como la gran amenaza liberticida, y que se han apresurado a perimetrar con un cordón sanitario o, más bien, muralla inexpugnable, para proteger la buena salud de la clientela, que pudiera equivocarse y consumir un producto tóxico. Parece ser que todos los consumibles que vende el nuevo contendiente son ponzoñosos. Uno de los últimos en salir a la palestra vino con el reproche por su presencia en las elecciones autonómicas cuando en realidad quieren suprimir los gobiernos regionales. A la cabeza de quienes afean esta conducta inicua están partidos republicanos (todas las izquierdas y separatistas) que se presentan a ganar elecciones en un sistema monárquico, que también quieren liquidar. Suprimir las autonomías se considera como un retroceso antidemocrático, al tiempo que se admira a nuestra vecina Francia, progenitora de la democracia moderna, siendo hoy el país centralista por excelencia.

Siguiendo con ese afán desinteresado de los partidos correctos por proteger a los ciudadanos/clientes de las malas influencias, se avisa del peligro de dejarse seducir por un recién llegado que muestra una simpatía perniciosa por la dictadura franquista. Los más enérgicos en esa advertencia son aquellos devotos de la dictadura cubana y otras autocracias revolucionarias.

Ser antieuropeo es otro delito del nuevo postulante al poder. No ser proclive a la Unión Europea parece atentar contra la democracia, aunque, al tiempo, ningún partido pone en cuestión la decisión democrática del pueblo británico, o en su momento del pueblo noruego, de salirse del club.

Abundando en la retahíla de malas prácticas achacables al nuevo competidor, está lo de la democracia interna. Se acusa al líder de ese nuevo partido de reunirse consigo mismo para elegir los candidatos que han de ir a las refriegas electorales. Los demás solo lo hacen si es estrictamente necesario o conveniente. Así, el ínclito exvicepresidente, tras ser defenestrado por las urnas, dejó señalada a su sucesora, sin necesidad de primarias. La democracia de uno solo está de moda. Un presidente de comunidad autónoma lo acaba de dejar claro: “En mi partido solo manda uno; los demás estamos de monaguillos. Se impone la unanimidad de uno solo”. Se estaba refiriendo al presidente del gobierno.

Siendo el partido cuestionado ejemplo de envilecimiento, no podía faltar la xenofobia. Se les acusa de pretender expulsar a todos los inmigrantes irregulares. Al tiempo que se denigra tal actitud, el gobierno tramita cada día expedientes de expulsión a todos los inmigrantes que llegan a España sin papeles. Cerca de 2.000 inmigrantes fueron expulsados el pasado año por carecer de permiso de residencia. Pero eso no es xenofobia, es cumplimiento de la Ley. La hipocresía ha pasado a considerarse una virtud, un valor que cotiza al alza.

La matanza provocada por un enajenado mental en una escuela en USA fue aprovechada para cargar contra el partido del mal por justificar la posesión de armas. No tardó en aparecer en la internet una antigua proclama grabada donde el locuaz exvicepresidente justificaba y defendía la posesión de armas por el pueblo para defender la democracia de los abusos de poder del estado.

Tal vez se está cumpliendo en política esa máxima aceptada en la psicología clínica de que todo aquello que rechazamos en los demás es en realidad una parte de nosotros mismos que detestamos. La prueba del algodón de ese principio es la corrupción. Todo partido que haya tocado poder el tiempo suficiente está manchado por la lacra de la corrupción; sin embargo, no hay cosa que más vilipendien que la corrupción en los otros.

Desconocemos si el nuevo aspirante a gestor de nuestros impuestos se hará en un futuro con la llave de la Moncloa. ¿Sonarán entonces las trompetas del apocalipsis, o se trata de propaganda en defensa propia intentando proteger prebendas, regalías y chiringuitos de los actuales y circunstanciales titulares? Llegado el caso, lo veremos caer en los mismos vicios que los partidos políticamente correctos, cuando no añada otros nuevos. Los políticos también pertenecen a la raza humana; así que tienen todos nuestros defectos; aunque sería deseable que, en eso al menos, estuvieran por debajo de la media, cosa poco probable. A fin de cuentas, estamos hablando de lobbies políticos, agencias de colocación a la conquista del poder para retribuir a sus asociados. Clanes que se hacen contraprogramación entre ellos y se sabotean siempre que pueden. Ya sabemos quién paga la cuenta.

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