3 de diciembre de 2024
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‘Cuando los políticos duermen’, por Javier Palomar

Javier Palomar

22 de marzo de 2023

Según el último informe de la fundación Ideas International, la mitad de las democracias del mundo está en declive. Es decir, está empeorando la calidad democrática de sus ciudadanos. Esto afecta a dos tercios de la población mundial, que sufre restricciones a sus libertades y derechos, corrupción de sus gobernantes, polarización de sus partidos y surgimiento de líderes caudillistas. Actualmente, los países que avanzan hacia el autoritarismo son más del doble de los países que avanzan hacia la democracia según la citada fundación. La razón de este declive podría atribuirse a una degradación natural que aqueja siempre a los sistemas políticos desde el mismo momento en que inician su andadura. Así lo vaticinó Polibio hace 2200 años. Según este historiador griego, las monarquías terminan degenerando en tiranías, y las democracias devienen con el tiempo en oclocracias.

La oclocracia es el gobierno de la muchedumbre, que no de la mayoría; un despotismo de tropel. La oclocracia llega cuando el poder pasa de los políticos a los demagogos; cuando la voluntad general cede ante voluntades particulares; cuando los gobernantes apelan a los sentimientos y las emociones (miedo, victimismo, nacionalismo…); y cuando los gobernantes se embarcan en una política de reparto de bienes y beneficios que persigue fidelizar a una amplia masa clientelar con el fin de mantenerse en el poder. Y cuando la muchedumbre se halla ya bajo el efecto hipnótico de sus captores ideológicos, sufre una especie de síndrome de Estocolmo por el cual desea permanecer al amparo de su caudillo indefinidamente. Aldous Huxley lo define con ingenio: “Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros, en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y al ocio, los esclavos amarían su servidumbre”. (Un Mundo feliz, 1932). No sería difícil descubrir los parecidos más que razonables de nuestra actual democracia con la metáfora de Huxley. Y es que, ya desde el pan y circo romano, “la muchedumbre es fácil de guiar y puede ser movida por la más pequeña fuerza” (Polibio). Así pues, cuando la muchedumbre se echa a la calle, se impone el carisma de los demagogos que saben conducirla en su propio beneficio. El asalto al Capitolio inducido por Trump; las turbas seguidoras de Bolsonaro asaltando los centros de poder brasileños; las masas peruanas reclamando la libertad de su líder, después de dar un golpe de estado, o el mismo procés catalán … ahí tenemos la oclocracia tomando carta de naturaleza.

Si Polibio tiene razón, la democracia española estaría también recorriendo su propio camino de perversión. Un camino que nos puede estar sumergiendo en un fango del que luego costará mucho salir. Baste considerar la Encuesta Social Europea realizada en 30 países del continente para tomar conciencia de esta situación. Según dicha encuesta, España es el país que peor valora a sus políticos. Tanto los políticos como sus partidos son puntuados por los españoles con una nota inferior a 2 (1,9) sobre 10. O sea, un suspenso severo que en un estudiante supondría la repetición de curso sin paliativos, o mejor, el abandono de la carrera para dedicarse a otra cosa.

Hoy, la democracia muestra un desalentador parecido a un juego con las cartas marcadas, donde el triunfo se lo reparten siempre los mismos. Al pueblo se le reserva ese día bautizado pomposamente como la fiesta de la democracia, cuando los líderes sustraen el voto a los ciudadanos con la limpieza de un carterista de metro, creyendo las víctimas estar eligiendo, cuando en realidad se hallan bajo los efectos de un deplorable estado de sumisión, no química sino emocional que, con el eufemismo de “campaña electoral”, consigue sumirlos en una inadvertida amnesia, obnubilando su entendimiento y entumeciendo su nivel de conciencia tras un intenso bombardeo publicitario.

Alguien dijo que “la democracia son dos lobos y un cordero votando qué hay para comer”. Y aún con todo, la voluntad del cordero sucumbe a los cantos de sirena y se suma a los lobos para votar por la parrilla. No hará falta decir quiénes son los part digo los lobos. La descomposición de la democracia que constatan tanto la fundación Idea International como la Encuesta Social Europea está generando un creciente desapego de muchos ciudadanos respecto a sus políticos. Y a medida que la democracia se deteriora, cobra más sentido la sentencia del filósofo Antonio Escohotado: “Cuando los políticos duermen, el mundo progresa”.

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