3 de octubre de 2024
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‘Espiral de silencio’, por Javier Palomar

Javier Palomar

23 de septiembre de 2024

Elisabeth Noelle apenas conseguía acabar alguna de sus conferencias sin que hubiera incidentes, siendo suspendidas en muchos casos por el boicot de los grupos de izquierda que campaban en las universidades alemanas en los años setenta. Esos grupos se habían adueñado de los espacios universitarios, llenándolos de pintadas, pasquines y consignas antisistema que dominaban la atmósfera entera de las universidades. Sin embargo, la mayoría de los alumnos de Noelle le comunicaban que deseaban asistir a sus clases, pero preferían mantenerse en silencio y no enfrentarse a los discursos que se habían hecho hegemónicos en los pasillos universitarios. Es desde esta experiencia desde la que Noelle formuló su teoría de la “espiral del silencio”, según la cual, determinadas ideas van imponiéndose sobre otras en el espacio social, se convierten en hegemónicas arrinconando y liquidando otras contrarias que pasan a ser minoritarias y por ello despreciadas, siendo censurados quienes las defienden, hostigados y condenados al ostracismo y la vergüenza pública por manifestarlas. En palabras de Noelle: “La opinión ganadora no puede discutirse ni ser objeto de debate en público. Una vez que se declara tabú a un valor, – quedando, por tanto, rodeado de una muralla protectora – nadie puede expresar su desacuerdo con el mismo sin arriesgarse a quedar excluido de la comunidad de gentes íntegras y bienpensantes.” Esta situación coactiva hace replegarse a las personas que no comulgan con esas idas dominantes para evitar el aislamiento y la marginación, optando por el silencio o, incluso, sumándose a las ideas dominantes como nuevos conversos para sentirse así protegidos como parte de la corriente general. Se trata de una espiral que se extiende en bucle, haciéndose más grande a medida que una idea se hace más hegemónica, imponiendo con más fuerza el silencio de los discrepantes. Pero las ideas dominantes no lo son porque sean seguidas por la mayoría; lo son porque han conseguido abrirse camino en los espacios públicos frente a otras que ya estaban establecidas; y en esto tienen toda la responsabilidad los medios de comunicación, las redes sociales y el activismo de grupos con ideologías muy combativas, como en otro tiempo, no hace tanto, la tenían las universidades. Lo que digan los medios y como lo digan; lo que es noticia y lo que no lo es, según esos medios; todo eso va configurando la opinión pública, que debe ser aceptada si no se quiere ser acusado de una larga lista de infames vilezas: xenofobia, racismo, machismo, negacionismo, terraplanismo, fascismo, homofobia y otras etiquetas que se van incorporando al elenco de culpas y delitos de pensamiento a medida que nos van ofreciendo nuevas verdades oficiales a consumir.

La espiral de silencio formulada por Noelle siempre existió, aunque ahora se le haya puesto nombre. En siglos pasados fue la Inquisición, como policía y tribunal religioso, quien imponía esa espiral de silencio sacando por calles y plazas a hacer el paseíllo a los condenados por sostener creencias erróneas para sufrir la vergüenza pública, los insultos, vituperios y escupitajos de la chusma, ante la que desfilaban con la coroza y el sambenito, donde figuraban escritos sus graves pecados, distintos a los actuales: brujería, herejía, apostasía, hechicería… Desafiar las ideas dominantes ponía en riesgo la propia vida; tal vez eso explique que en otros tiempos la gente optara también por el silencio y prefiriese la servidumbre a la libertad. Etienne de la Boetie escribió su “Discurso sobre la servidumbre voluntaria” con 18 años (1548). Decía sobre reyes y otros tiranos: “Decidíos, pues, a dejar de servir, y seréis hombres libres; …simplemente dejad de sostenerlo y lo veréis, cual un gran coloso privado de la base que lo sostiene, desplomarse y romperse por su propio peso”. Pero salirse del carril de lo que acepta la mayoría es doloroso y deja desamparado a quien se atreve. Aunque siempre quedan los irreductibles que piensan como cantaba El Cabrero: “No hay quien me haga entrar a mí/ por vereítas estrechas/ siendo tan ancho el carril”.

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