El vecino de Torrelago lleva más de cuatro décadas fabricando y reparando instrumentos musicales del folclore castellano y español, manteniendo vivo un oficio cada vez más desaparecido
Su habilidad con las manos llevó a Julio Arribas (Solosancho, Ávila, 1950) a trabajar como tornero fresador en la FASA en el año 79. Cuando llegó a Laguna de Duero, junto con su mujer, tan solo vivían seis vecinos en todo Torrelago, por lo que ha visto la gran expansión del municipio. “Tras más de cuarenta años en el pueblo ya soy lagunero”, afirma el abulense entre risas.
Fue en su trabajo donde, por una coincidencia del destino, descubrió la que años después sería su mayor afición: construir instrumentos musicales. Julio todavía recuerda cómo un día cualquiera en los talleres de Renault apareció un señor para pedirle a su compañero Clemente de Palos que le fabricaran una “pieza rara” de madera. Ese inusual encargo era, ni más ni menos, que una tapa de Rabel. Tras el primero, llegaron más encargos, y ahí fue cuando Julio y Clemente “decidieron empezar a construir sus primeros instrumentos musicales”, primero en los talleres de la fábrica y luego en los suyos propios.
“Mi compañero se centró en la copia y construcción. Sin embargo, yo siempre he preferido la didáctica de los instrumentos, disfrutarlos con la gente, en la calle”, admite el vecino de Torrelago. Esta vertiente didáctica la comparte con uno de sus “compañeros de vida”, como es el escultor lagunero Lorenzo Duque. Ambos se han encargado de extender la música tradicional por la toda la provincia con el Duo Pujavante y sus propias ‘coplas de ciego’.
Aunque en sus comienzos la construcción de los rabeles fue totalmente autodidacta, ahora el singular lutier lagunero hace en su taller música al milímetro: “Actualmente hago los instrumentos de una forma más consciente, y todo depende de la función que se le vaya a dar”. También hace valer el mérito de la artesanía: “Aquí todo se hace a mano, hay partes, como las clavijas, que se venden en serie, y muchos las utilizan para hacer instrumentos, pero a mí me gusta poder elaborar algo único”.
Con su taller ya en marcha, el vecino lagunero se percató de que para completar la armonía del rabel le faltaba algo: el resto de los instrumentos que lo acompañan. Así, Julio recopiló información, materiales y relatos de antiguos historiadores para crear en su mesa de trabajo un sinfín de combinaciones de instrumentos como zambombas, sonajas, o mirlitones.
Para completar su formación, Julio Arribas decidió cursar, junto con su mujer, los Estudios sobre la Tradición en la Universidad de Valladolid. Allí, el profesor Joaquín Díaz los animó a realizar su trabajo de campo sobre el rabel. Este trabajo los llevó por una casualidad hasta un ejemplar único, realizado a partir de un cuerno y con más de cien años de antigüedad. Con la ayuda de su suegro, Julio consiguió convencer al propietario para que se lo dejara y poder hacer así una copia exacta. Aunque el artesano lagunero usa todo tipo de materiales, como calabazas, parqué de suelos, huesos o latas; los cuernos de animales tienen para él algo especial.
Para Julio la mejor madera es la de abeto, y en sus creaciones utiliza una de primer nivel proveniente de una transformadora valenciana que se especializa en instrumentos. Sin embargo, el de Torrelago recuerda que “el rabel clásico se ha hecho durante siglos con aquello que se tenía a mano”. Así, enseña su primer modelo hecho a partir de una corteza de coco que, aunque no suena muy bien, sirvió para perfeccionar los más de cien rabeles siguientes.
Julio reivindica que este rabel clásico se compone de cuatro cuerdas como máximo y carece de alma y trastes: “Con las posibilidades actuales se suelen ver instrumentos similares con partes características de violines y, aunque suenen muy bien, no son rabeles”. El artesano lagunero también se caracteriza por su ingenio para transformar objetos cotidianos en música, como cortezas de árboles y pucheros en zambombas o latas y calabazas en rabeles. También por algunos “caprichos de constructor”, como el de utilizar el ébano para hacer rabeles mucho más bonitos a costa de sacrificar algo de sonido.
Una de sus anécdotas durante la mejora de su instrumento estrella sucedió cuando, después de construir un rabel con “total precisión y con una apariencia extraordinaria, este no sonaba del todo bien”. Frustrado por no conseguir el sonido, Julio acudió a una tienda especializada para que le dijeran qué tenía que cambiar del rabel. Sin embargo, cuando el dueño lo tocó, “aquello sonaba genial”. “El truco estaba en la resina que se aplica en las cuerdas del arco, algo obvio para cualquiera que toque cuerda frotada, pero que cuando empiezas desde cero pasas por alto totalmente”, aclara con humor el de Torrelago.
El Rabel, que alcanzó su máxima popularidad en la Edad Media y fue un vestigio mantenido por los pastores involucrados en la trashumancia, vive ahora su segunda juventud, en gran parte gracias a Julio Arribas. “Siempre lo he enseñado en encuentros de música tradicional, conferencias y ciclos. Ahora lo toca muchísima gente con un gran nivel y también se fabrica. Además, es muy popular entre la gente joven”, comenta el lagunero. Julio admite que “no puede quedarse con un solo tocador de rabel”. Sin embargo, destaca la figura de Chema Puente: “Fue el alumno aventajado de su época y después ha sido el maestro de otra generación excepcional de tocadores”.
Aunque la pandemia también ha afectado a Julio y su mayor afición, está convencido de que pronto la música tradicional volverá a los escenarios, eventos de folclore tradicional y, por supuesto, a su taller. De este particular santuario, formado por un sinfín de maderas, taladros de columna, caladoras, pulidoras, una sierra de cinta y un torno fresador todavía están por salir muchos instrumentos y, sobre todo, mucha música.