«Amigos, no vamos en busca de la libertad, es la libertad quien viene en nuestra busca”. Con estas palabras se dirigía Antonio García Trevijano a un público entregado e incondicional en una de sus últimas conferencias. En realidad, estaba expresando un deseo esquivo que había perseguido a lo largo de sus 50 años de activismo y reflexión política sin alcanzarlo ni tan siquiera aproximarse a su consecución. Murió en 2018, cincuenta años después de haber liderado la transición política en las postrimerías del franquismo. Fundó la Junta Democrática, en la que se integró el Partido Comunista y presidió después la “Platajunta” con la incorporación del Partido Socialista, hasta que Felipe González y su partido lo descabalgaron, considerándolo un estorbo en el proceso de transición que perseguían. “Fraga me metió en la cárcel, y Felipe González me mantuvo en ella”. Con esta afirmación resume su caída, su postergación y el ostracismo al que fue sometido tras el triunfo de la transición política. “Es una infamia que la prensa, la televisión y los intelectuales se hayan entregado a este régimen neofranquista”, decía al referirse a la “democracia” recién alumbrada tras la muerte de Franco. Trevijano hablaba sin pelos en la lengua, sin ambigüedades, sin medias tintas, aún a costa de humillar a sus interlocutores. La vehemencia con que defendía sus principios, su no poca arrogancia, incluso su egolatría (“Dentro de mil años hablarán de mí”) lo hacían un adversario incómodo e inflexible. Pero su honestidad estaba por encima de todos sus defectos personales. A pesar de su marginación del proceso político que vivió España entonces, no se rindió. Siguió estudiando, formándose. Publicó varias obras notables sobre la república, especialmente su “Teoría pura de la República”, una investigación profunda sobre el sistema político republicano.
Condenó el procesó de la transición política, echando sapos y culebras sobre el mismo: “El partido socialista decidió pactar con el régimen franquista a espaldas y a escondidas de sus compañeros. Luego le siguieron los demás partidos”. Acusaba también al Partido Comunista de Carrillo que eligió amputarse su gen republicano y aceptar la monarquía por un plato de lentejas. El resumen de la transición para Trevijano consistió en una evolución de la dictadura a una oligocracia donde unos pocos (los líderes de los dos grandes partidos) tenían el poder de decidir quién podía ser diputado y quien no. Así, la soberanía popular había pasado del pueblo a los partidos, quedando estos controlados por sus líderes. “Los diputados son empleados a sueldo de los partidos, cumplen las órdenes del partido, no representan al pueblo para nada y eso se llama oligarquía u oligocracia”. “Los ciudadanos no eligen nada, solo refrendan una lista de partido. El pueblo elige una cuota de partido”. Pasó así Trevijano de ser el enemigo número uno del franquismo, que intentó asesinarlo en dos ocasiones, a ser el enemigo número uno de los partidos que gestaron la nueva “democracia”. “¿Por qué no me conocéis?”, preguntaba a su auditorio en una conferencia, “porque hay una propaganda tremenda contra mí en toda España”. Expulsado de los círculos de poder, y expulsado de los medios de comunicación y propaganda, sólo le quedó difundir su mensaje en auditorios reducidos; y en ellos propugnaba la abstención: “No podéis ni imaginar los efectos catárticos que produce no votar”. No colaborar con un sistema que no es una auténtica democracia lo consideraba una obligación moral. Entendía que cuando la abstención alcanzara una amplia mayoría, el sistema colapsaría y quedaría deslegitimado. Y entonces ¿qué?… Entonces sería el momento de construir una verdadera democracia. Lo primero sería sacar a los partidos del estado y devolverlos a la sociedad civil, sin subvenciones públicas. Después, establecer una separación de poderes real entre ejecutivo y legislativo, con elecciones separadas; en distrito único y a doble vuelta para el presidente del gobierno para que sea el pueblo quien lo elija en vez de los puigdemones, rufianes y otegis de turno. Y una elección uninominal y abierta para el legislativo, sin paquetes de listas de partido, con mandato imperativo sobre el diputado para que trabajase en cumplimiento del programa electoral ofrecido en su distrito, estableciendo la facultad revocatoria si no lo hiciese.
Trevijano auguraba una corrupción progresiva del sistema partitocrático, y hoy, anegado éste en el fango, la libertad asoma en lontananza y viene en nuestra busca a tirarnos de la solapa. “Soy el más grande egoísta que ha habido nunca: expongo mi vida; tiro mi dinero, tiro mi fama; me importa poco todo, con tal de que seáis libres vosotros… pero ¿por qué?… porque quiero ser libre yo”, porque no hay libertades individuales si antes no se conquista la libertad colectiva y se blinda en una nueva constitución donde el ciudadano se vea libre del tutelaje de los partidos. Para promover su ideario, Trevijano fundó el Movimiento de Ciudadanos hacia la República Constitucional (MCRC), una débil semilla que hoy clama en este desierto de indigencia democrática.