16 de septiembre de 2024
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‘¡Mentiras nuevas, por favor!’, por Javier Palomar

Javier Palomar

31 de julio de 2024

Un joven que ya ha conocido el éxito profesional lo suficiente como para hacerse en propiedad con una flamante embarcación de recreo, navega plácidamente por un mar en calma alejándose hacia el horizonte. De repente, el barco choca con algo. El joven descubre que se ha dado de bruces contra ese horizonte que parecía tan lejano, que en realidad sólo era un trampantojo de cartón piedra. Se da cuenta de que el mar no es un mar auténtico, ni las nubes otra cosa que un muro de cartón pintado. Y entonces una puerta se abre en el trampantojo: “bienvenidos al mundo que viene”. Así se anuncia una nueva compañía telefónica que en realidad es fusión de dos que ya estaban antes, por lo tanto responsables de ese mundo falso por el que todos navegábamos antes, muchos con un simple flotador.

En la era digital, el trampantojo ha cobrado notable vigencia, porque andamos muy necesitados de mentiras nuevas continuamente como consumidores adictos a una realidad virtual que suplanta a la auténtica y llega a tener más valor que la pobre y denostada realidad de nuestras vidas. La película “El show de Truman” nos mostró cómo podemos lograr la felicidad de una persona metiéndola en una burbuja ficticia donde el panadero, el frutero o el policía municipal son actores que tienen por misión hacer feliz al protagonista, siempre y cuando no intente salirse de la burbuja, para lo cual debe evitarse que el personaje conozca la existencia del falso mundo en el que está viviendo. Los telediarios y todos los programas de entretenimiento televisivos están hechos igualmente por actores para el exclusivo servicio del protagonista, que vive encantado en su ignorancia. En el desenlace final, el protagonista involuntario huye por mar, navegando hacia la libertad, para finalmente chocarse con el horizonte, que sólo era un trampantojo de cartón, como el que ahora ha remedado esa nueva compañía. La versión para adultos la había escrito hace 75 años George Orwell: “1984”, una sociedad donde un Ministerio de la Verdad se encarga de manipular y modificar la Historia pasada para que coincida con la versión oficial que ofrece el gobierno; un Ministerio del Amor que reeduca a los ciudadanos inculcándolos amor incondicional al líder y a la ideología del Partido Único; un Ministerio de la Abundancia, encargado de mantener a los ciudadanos en precario, al borde de la subsistencia; y un Ministerio de la Paz, encargado de mantener al estado en guerra permanente, para que el ciudadano enfoque su odio hacia el exterior en vez de hacia su propio gobierno. “1984” muestra cómo un gobierno se dedica a crear una neolengua, renombrando las cosas y las ideas, en la creencia de que aquello que ya no se nombra no puede ser pensado. Y para el pensamiento correcto del ciudadano, se crea una Policía del Pensamiento que reprime cualquier desviación. Pónganle las adaptaciones exigidas por el paso del tiempo y es posible que se vean reflejados en unas cuantas cosas de “1984” o en su versión inocua e indolora del show de Truman. Escuchen luego a nuestros políticos y tendrán la sensación de que quienes les hablan son actores y el mundo real del que nos predican un simple trampantojo.

Decía Orwell, tras su paso por la Guerra Civil española: “Ningún periódico cuenta nunca con fidelidad cómo suceden las cosas, pero en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos… vi que la historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido según las distintas «líneas de partido»… es muy probable que estas mentiras pasen a la historia… y cuando hayan muerto los que recuerden la guerra, se aceptarán universalmente… la mentira se habrá convertido en verdad… es un mundo en el que el jefe, o la camarilla gobernante, controla no solo el futuro sino también el pasado…”.

El creyente de cada partido pensará que Orwell estaba hablando de los del partido contrario. Para los no creyentes sólo se trata de compañías de teatro rivales que se enfrentan y se denigran para hacerse con el contrato y poder representar su obra, ofreciéndonos su particular versión del Show de Truman, bajo la batuta de un jefe de tramoya. Tal vez un día, un director de la obra se quite la careta, tire abajo los decorados, despida a los actores y suba al escenario al frutero, al panadero y al policía municipal de verdad y hablaremos entonces de la vida de la gente, sin trampantojo. Claro que eso no será posible sin la intervención de los antidisturbios para desalojar a los actores y su tramoyista, que se negarán a abandonar el escenario, porque sin engañar al auditorio no serán capaces de ganarse la vida.

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