Las emociones humanas, tales como la tristeza, el miedo, el enfado, la curiosidad, la alegría, la admiración o la ira, son una serie de reacciones que todo ser humano experimenta de una manera espontánea, que está dentro de su propia biología, que se suele experimentar cuando percibe un objeto, persona, suceso o lugar importante y que algunas se pueden convertir en sentimientos.
Posiblemente la utilización de las emociones humanas hayan sido la causa de los mejores avances y de los mayores desastres que haya producido la humanidad y no por la lógica humana. Tenemos a lo largo de la historia hechos como la caída del Imperio Romano o la manipulación en las Cruzadas, donde la ira, la ambición y el honor nos han llevado a revoluciones, guerras, conquistas y a la construcción de religiones e ideologías.
Si echamos una vista muy general a la vida del ser humano en la Tierra, pasando por todas las épocas e incluyendo las de antes de Jesucristo, podemos analizar que siempre han habido largas épocas con diferentes sistemas o formas de vivir y en todas ellas han habido grandes esperanzas e ilusiones en creer que se había encontrado la forma ideal de vida.
Parece que el Siglo XXI nos quiere demostrar que la vida en la Tierra se va acabando o que tiene visos de fin de mundo. Posiblemente esto forme parte de los egos humanos, que nos creemos que pintamos algo, pero que una simple pandemia nos ha demostrado que no es que no pintemos nada, sino que en el fondo es que no somos capaces de decidir nada y nos dedicamos a pasar el tiempo analizando temas muy puntuales, sin querer ser conscientes de que eso suele ser un puro entretenimiento.
La descarada utilización que los medios de comunicación, los políticos profesionales y las diferentes religiones hacen de las emociones humanas es una muestra clara de que se les están acabando los argumentos para convencer a la sociedad y esto produce un estado de decadencia que vislumbra el fin de una época.
De las diferentes formas de gobierno que actualmente existen en el mundo, quizás la democracia sea la que más se acerca a lo humano, pero no podemos olvidar la existencia de diferentes culturas que, con el importante incremento de la población mundial, comienzan a pedir protagonismo.
Quizás se debería considerar que occidente, que es una parte de la sociedad mundial, pero no la única, que nuestra cultura y nuestras costumbres no son las únicas que desarrolla el ser humano, pero seguimos machaconamente creyendo que somos el ombligo del mundo y no queremos darnos cuenta de que esto no es cierto.
El hecho de que en la Declaración de los Derechos Humanos predomine, casi obligatoriamente, el relato de la cultura occidental, tiene muchos riesgos a la hora de adquirir criterio personal y teniendo en cuenta que este relato se está convirtiendo en un acatamiento o dogma y que su dominio está manejado por los poderes económicos, esto nos lleva, inconscientemente, a ser fieles seguidores de sus objetivos.
Posiblemente una de las pocas ventajas que podría tener la enorme movilidad existente, si no lo desvirtuara el sistema económico con sus bondadosas ofertas económicas, es la posibilidad de conocer las diferentes culturas existentes en el planeta, pero para aprender, no para querer imponer nuestras costumbres.
Los intelectuales promotores de las nuevas tecnologías (grandes practicantes en la utilización de las emociones humanas) están dispuestos a conseguir mentalizar a las nuevas generaciones en la erradicación del esfuerzo humano y así ellos conseguir los mayores beneficios económicos jamás vistos, pero se cae en el error de no querer entender lo que la propia naturaleza nos ha enseñado, el que solo para poder comer ya es necesario un mínimo esfuerzo y no digamos de la necesidad del propio cerebro humano de practicar el esfuerzo para su supervivencia.
Posiblemente estemos llegando a un hartazgo de adorar tanto los temas puramente materiales que estemos comenzando a darnos cuenta de que lo que no podemos obviar es todo lo que emana de nuestro cerebro y sobre todo de la necesidad de mantener las emociones y los sentimientos, que son fruto de nuestra propia biología.
Posiblemente, a los legisladores o diputados, que en las sociedades democráticas se eligen en cada contienda electoral, los árboles no les dejen ver el bosque, y mientras ellos procuran asentar su futuro profesional y económico, en la sociedad cada vez hay más grupos que acaparan mucho poder económico. Ello está debilitando de una forma sorprendente a las clases medias y están aumentando, muy peligrosamente, esos que dicen “hay mucha gente que lo está pasando mal”.
Quizás si la sociedad analizara que lo social por sí solo se llama caridad y lo económico por sí solo no responde a la cohesión social, los defensores de una y otra forma deberían ponerse a trabajar para que la unión de esas dos formas sirvan para rebajar la desigualdad social, y que la económica sea percibida como una herramienta más para conseguir una sociedad más justa.