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Antonio Redondo y Josefa Boal: “El secreto del matrimonio es permanecer unidos en las buenas y en las malas”

Sociedad

10 de enero de 2022

La pareja de laguneros cumple 65 años de casados, en los que han sido testigos de la transformación del municipio y han labrando su futuro familiar “a base de duro trabajo”

Según los datos del INE, la duración media de los matrimonios en España está actualmente en torno a los 16 años; prácticamente un suspiro para parejas tan duraderas como la que forman Antonio Redondo y Josefa Boal. Y es que este invierno se cumplen nada menos que 65 años desde que ambos subiesen al altar para sellar un compromiso que les ha acompañado durante toda una vida. Un amor que empezó descalzo -con apenas 4.000 pesetas de dote nupcial- y que a base de trabajo, sacrificio y entrega por la convivencia mutua se ha materializado en una familia con cuatro hijos, cinco nietos y cuatro biznietos.

“Nos conocimos en Laguna, coincidíamos en el baile y además ella era amiga de mi hermana”, recuerda Antonio, que aunque nació en Cogeces del Monte ha vivido desde siempre en nuestro municipio. Cuando tenía tan solo 19 años, le dio el ‘sí, quiero’ a Josefa, y recuerda, entre bromas, que por entonces “en vez de darme la enhorabuena me decían que me acompañaban en el sentimiento”. “Éramos muy jóvenes, nos casamos sin apenas nada y por entonces Antonio estaba haciendo la mili”, recuerda Josefa, nacida en la capital. Tras pasar por el altar, comenzaron una vida desde cero, en una sociedad marcada por las penurias de la posguerra.

Antonio, que con nueve años ya había empezado a descorderar ovejas, comenzó a trabajar entonces en la Finca de los Ruanos, cerca del Seminario de los Redentoristas (actual edificio Juan de Austria). Allí araba con las mulas al tiempo que cuidaba el gallinero. Durante dos décadas, la pareja se instaló en la finca, realizando duras tareas de campo, mientras que Josefa preparaba el menú diario para todos los trabajadores.

“Hemos pasado penurias y hemos trabajado mucho. Desde nuestra casa se veían las estrellas, las puertas estaban hechas de latas de sardina y no teníamos calefacción, no digamos baño”, afirma Josefa, quien, a falta de electricidad, cosía para los curas maristas a la luz de un carburo. Pese a las arduas tareas, tenían la suerte de que en la finca no faltaban patatas y legumbres, así que al menos no pasaban hambre, como muchas otras familias trabajadoras de la época.

Años más tarde, Antonio continuaría trabajando en el sector de la limpieza hasta jubilarse como encargado. “Tengo 58 años, 11 meses y 28 días cotizados”, presume el lagunero, quien se sorprende al ver que “hoy en día cada vez se empieza más tarde a trabajar”. Por su parte, Josefa dedicó su vida a las cocinas del Colegio Sagrada Familia, donde estudieron, además, dos de sus cuatro hijos. “En aquellos tiempos sacar adelante a cuatro niños era un sacrificio total», apunta.

Ya en 1972 la pareja edificó su propia casa molinera, en la que continúan viviendo, en la calle de la Iglesia. Por entonces, según cuentan, cada familia se hacía su propia vivienda, aunque ellos fueron los primeros en pedir una licencia municipal. Antonio construyó su casa con ayuda de sus hermanos y primos. “Todo era ayuda mutua, no había ni cemento ni materiales, así que teníamos que apañarnos como pudiéramos”, recuerda.

Ambos coinciden en que, por entonces, la necesidad obligaba a ayudarse mucho entre unas familias y otras.
En este sentido, era habitual compartir la matanza, cuando se hacía, y todo el mundo se conocía en el pueblo. El ocio, que se resumía en jugar a las cartas o juntarse para coser, se llevaba a cabo puerta con puerta. La familia no fue ajena a las tradiciones, formando Antonio parte de la primera peña del municipio: ‘Los Gauchos’. En sus últimos años, sin embargo, engrosaron las filas de ‘El Tostón’.

Con el tiempo, Antonio y Josefa veían crecer a sus cuatro hijos, José Antonio, Fernando, Manuel y Elena, al tiempo que Laguna dejaba atrás su pasado como pueblo para convertirse en toda una ciudad dormitorio. En sus tiempos, en la calle Las Huertas había una era, donde bajaban las deposiciones de las vacas. Todo era campo, huertas, corrales o casas molineras, y el agua del lago a menudo se desbordaba con las crecidas. En verano el lago también producía un fuerte olor a pecina, y albergaba plagas de ranas o salamanquesas, que se amontonaban en las puertas de las casas.

En su zona, algunas mujeres lavaban la ropa, mientras que otras lo hacían en los lavaderos o trasladándose en carros hasta La Farola. “Las calles estaban sin asfaltar y se tiraban los orines directamente al suelo. Mis padres vivían en la plaza de la Iglesia, y si vivieran hoy en día se sorprenderían del pueblo que tenemos ahora”, señala Antonio. “Ahora tenemos muchas comodidades, hemos vivido con muy poco pero hemos sido felices”, afirman, coincidiendo en que la clave de un matrimonio duradero es “quererse y adaptarse el uno al otro, en las buenas y en las malas”.

Desafortunadamente, Antonio y Josefa tuvieron que superar el fallecimiento de Manuel, uno de sus hijos, un episodio “muy duro” que puso a prueba su unión. “Tuvo una enfermedad difícil, sabíamos que íbamos a sufrir mucho con ello pero supimos ser fuertes y no abandonarnos el uno al otro”, recuerdan. “Hoy en día vemos que los matrimonios no duran mucho en cuanto hay problemas o falla algo, pero hay que intentar seguir adelante”, afirman. Tras una vida llena de sacrificio y sabiduría, la pareja de laguneros considera que la felicidad es “estar con los tuyos y no reñir con nadie”. Por ello, han esperando con ansia las Navidades para volver a reencontrarse con toda su familia después de dos años separados debido a la pandemia.

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