Año de 1403, un gran diluvio se cierne sobre Palma de Mallorca. La rambla de Sa Riera, que atraviesa el centro urbano, se desborda mientras los vecinos duermen. El agua se lleva por delante la muralla y buena parte de los barrios de la ciudad. Los cronistas de la época hablan de cerca de cinco mil muertos y más de 1500 casas destruidas. Las aguas alcanzaron casi ocho metros en la plaza del Mercado.
Año de 1517. La crecida de las aguas del Turia derriba cientos de casas en Valencia y tres de los cinco puentes de la ciudad causando centenares de fallecidos.
Sevilla, 1626: “El pedacito de diluvio que en este día se está viendo y padeciendo en Sevilla es un retrato vivo de lo que a los principios sucedió en el Diluvio Universal”. Así empezaba su relato un cronista portugués que vivió aquellas inundaciones del Guadalquivir. “…sucediendo a media noche la entrada del río por sus puertas; todo era voces y alaridos desde las ventanas y azoteas. …las mujeres sin mantos gritando por las calles, los hombres a voces murmurando de los regidores y justicias de quien decían que se estaban durmiendo a sueño suelto. … Andaban barcos por medio de la ciudad sacando la gente por las ventanas. El conde de la Puebla en un barco lleno de gente y vitualla ha ido días y noches discurriendo por todas las partes anegadas y sacando por las ventanas mil personas que hubieran perecido. …Ha dejado el Guadalquivir este lugar tan destruido que de tres partes las dos quedan inhabitables… las más de las casas quedaron tan quebrantadas que ayudará el movimiento de los coches a que se vengan abajo… La aflicción y congoja de la gente se van convirtiendo casi en desesperación, y así, se teme que al corregidor le ha de suceder alguna gran desgracia si viniese el pueblo de las injurias a las manos. … y estando el corregidor subido en la muralla dio mil gritos el pueblo desde abajo (¡arrojadle de ahí, muera el que nos tiene destruidos!)”. 19 conventos quedaron anegados. El balance final: más de 600 víctimas mortales. Y por esos mismos días, el Tormes inundó Salamanca, dejando más de 150 muertos.
Valladolid, 1636. En “furiosa avenida y torrente devastador”, en palabras de un historiador local, Pisuerga y Esgueva dejan 150 muertos sepultados bajo los escombros de sus casas o arrastradas por las aguas. Gran parte de la ciudad quedó anegada. El Pisuerga subió 12 metros. 800 casas fueron destruidas. 20 iglesias y 12 conventos, inutilizados. Otras inundaciones posteriores dejaron ver barcas bogando por Angustias y Platerías, alcanzando también Cánovas del Castillo, Panaderos y Dos de Mayo, y barrios como Vadillos, Pajarillos, San Juan, o San Andrés, dejando un gran lago en la plaza Circular.
Riada de san Calixto, 1651. Tras un grave episodio de peste bubónica que asoló Murcia acabando con la vida de más de la mitad de la población (1647), el 14 de octubre de 1651 se desata una fuerte tormenta desde las tres de la madrugada “… y se salió de madre el río Segura e inundó la ciudad con tanta furia y violencia que anegó todas las calles”, según relata una abadesa capuchina. Otro cronista da la cifra de mil fallecidos. Seis barrios de Murcia quedaron destruidos. Dos años después (1653), la riada de San Severo volvió a inundar las tierras murcianas dejando otras mil víctimas mortales, según recoge la Confederación Hidrográfica del Segura. En 1879, otra devastadora inundación, la riada de Santa Teresa, deja 761 muertos en Murcia y 300 en Orihuela. Casi 6.000 casas quedan destruidas. El agua alcanzó los 10,5 metros frente al palacio del Almudí.
Entre las más recientes riadas, Sevilla vuelve a la crónica más funesta. En 1961 un tercio de la ciudad queda cubierta bajo las aguas por el desbordamiento del arroyo Tamarguillo. 30.000 personas quedaron sin hogar y en torno a 5000 viviendas fueron arrasadas. Y entre las más catastróficas, hay que contar las de Rubí, Tarrasa y Sabadell con el desbordamiento de los ríos Llobregat y Besós que dejó más de 800 fallecidos en 1962. Once años después, una nueva riada del Segura dejó 300 muertos entre Murcia y Almería. (1973).
Estas riadas referidas son una muestra mínima de las 3.121 recogidas en el Catálogo Nacional de Inundaciones reseñadas por cronistas en nuestras tierras a lo largo de los siglos, catálogo que no ha tenido a bien consultar la ministra de Defensa antes de ser preguntada por Valencia: “hacía cinco mil años… es un fenómeno sin precedentes”. Y en la misma línea, el presidente: “el mayor desastre natural de nuestra historia”. Una lástima tantos cientos de asesores presidenciales desperdiciados, a los que tampoco recurrió para proclamar ante un público escogido: “El cambio climático mata”. Mejor el aplauso fácil que incomodar a la audiencia diciendo que lo que mata es no construir presas y canalizaciones donde son requeridas; y permitir construcciones en zonas inundables. Y empezar obras hidráulicas para que sean inauguradas 20 años después por tus adversarios da un poco de pereza.