14 de octubre de 2024
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‘Cuarenta mil millones’, por Javier Palomar

Javier Palomar

13 de julio de 2023

Cuando Felipe II accedió al trono, se encontró con una enorme deuda impagable que le había dejado en herencia su padre, el imperial Carlos V. No pudo hacer frente a los pagos, y se declaró en bancarrota. Pero Felipe II heredó también un inmenso poder y opulentas minas de plata en América, y eso le permitió volver a endeudarse tanto como lo había hecho su padre; y volver a quebrar, lo que hizo en dos ocasiones más, abriendo el camino a sus sucesores para ejercer un estilo de gobierno consistente en gastar más de lo que puedes ingresar.

Los gobiernos de nuestro tiempo se endeudan igualmente, pero no acostumbran a amortizar lo prestado; se limitan a refinanciarlo. O sea, que viven en un bucle de endeudamiento infinito, acumulando deuda año tras año sin devolver nada, nunca. El estado español debe a día de hoy un billón y medio de euros. Una cifra que podemos oír sin mover una ceja. La cuestión es que desde hace ya unas cuantas décadas, los gobiernos han ido incrementando la deuda, gastando sistemáticamente más de lo que ingresaban; es decir, han venido incurriendo en un déficit crónico. Las consecuencias nos las cuenta con precisa verosimilitud este proverbio de origen desconocido: “Cuando una empresa gasta más de lo que gana, quiebra. Cuando un gobierno gasta más de lo que ingresa, te envía la cuenta”. En efecto, las consecuencias del endeudamiento no las pagan los gobiernos; las pagamos los contribuyentes. Hemos comprobado que a los gobiernos no les preocupa la deuda, pues la engordan cada año más. La actitud de nuestros presidentes parece ser la misma que la que manifestaba el ínclito Ronald Reagan: “No estoy preocupado por la deuda; es lo suficientemente grande para cuidarse por sí sola”. Así que, lo que vienen haciendo es refinanciar los tramos de deuda que van venciendo; o sea, volver a pedir un préstamo equivalente al que ha vencido y se ha devuelto; y a mayores, pedir nuevos créditos cada año, incurriendo en sucesivos déficits.

Hay una verdad que no se atreven a contarnos: la deuda es impagable. La deuda no se va a devolver. No ha parado de crecer durante varias décadas y ningún gobierno está dispuesto a ajustar los gastos, porque eso supone irse directamente a la oposición. Nuestro presidente gasta sabiendo que los préstamos que pide (180.000 millones refinanciados y 70.000 millones en créditos nuevos en 2023) no los va a devolver él. Lo tendrán que gestionar otros gobiernos en un futuro indefinido. O sea, disparar con pólvora del rey.

Así que parece que endeudarse sale gratis. Pero no. Aunque no amortizamos nada de lo prestado, sin embargo, sí pagamos los intereses cada año. En 2022 pagamos 31.000 millones de euros. Esa es la cuenta que nos envía el gobierno. Una cuenta que viene subiendo cada año a medida que se incorporan nuevos gastos. Según el último informe que ha enviado el gobierno a la Unión Europea, en 2025 ya pagaremos 40.000 millones en intereses. Un montante que sale cada año de nuestras nóminas. Pongamos en contexto esta cifra: con cuarenta mil millones se pueden construir cuatrocientas mil viviendas sociales. O se pueden construir y dotar cinco mil residencias para ancianos. Se podría con esa cifra soterrar las vías del tren de cincuenta ciudades españolas. Incluso se podrían construir 65 autovías de 100 Kms. Teniendo en cuenta que pagamos los intereses todos los años, se podría construir todo lo anterior en años sucesivos. Y con una pequeña parte de los cuarenta mil millones anuales se daría universidad gratis a todos nuestros estudiantes, implantes y gafas gratis para todos, transporte público gratuito… Pero esto es una fantasía inútil. No habrá presidente que se inmole por defender un futuro que “sólo” afecta a nuestros nietos, que ni siquiera votan.

Para devolver deuda, hay que ingresar más de lo que se gasta, y en España, contar con superávit durante 60 años seguidos para liquidarla completamente. Pero los gobiernos nos han llevado en la dirección contraria durante cinco décadas y ahora estamos demasiado lejos para volver. Y mirando en perspectiva, el pan para hoy de los gastos se ha ido convirtiendo en el hambre para mañana, que ya es ahora. Y si no volvemos a la bancarrota de Felipe II es sólo porque el Banco Central Europeo avala a nuestros gobiernos para que nos sigan prestando. Al final, se trata de un rescate permanente: el gobierno pide prestado a los bancos y los contribuyentes rescatamos al gobierno pagando los intereses cada año.

Sin vuelta atrás, nuestros presidentes caminan del ramal de los grandes grupos financieros que les prestan sabiendo que los ciudadanos siempre respondemos. Mientras, la Unión Europea amaga con poner pie en pared y cataloga a España como país de alto riesgo por su elevada deuda.

La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) establece en su último informe que tanto la deuda como los intereses no pararán de crecer a un ritmo acelerado hasta el año 2070. Tus nietos no agradecerán esa herencia.

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