21 de noviembre de 2024
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‘El nido del cuco’, por Javier Palomar

Javier Palomar

16 de marzo de 2022

En las primeras décadas del siglo XX circuló por Europa un libelo titulado “Los protocolos de los sabios de Sion” donde se mostraban las supuestas actas de una élite judía reunida para hacerse con el poder en el mundo derrocando los gobiernos legítimos. Posteriormente, pasamos a los contubernios judeomasónicos, cuando se abrió la masonería a los judíos. Finalmente, recalamos en las pulsiones conspiranóicas atribuidas a los poderosos lobbies del gran capital. Así pues, parece una constante atribuir a poderes oscuros intentos de desestabilizar los sistemas establecidos. Fuerzas ocultas actuando como contrapoderes. Y así, ha ido estableciéndose como algo común la actuación de los denominados lobbies. Estos han pasado de ser contrapoderes en la sombra a actuar a plena luz del día y quedar regulados por la legislación. En España existe un registro voluntario de lobbies en el que ya aparecen más de 450 asociaciones. Industrias farmacéuticas, hoteleras, bancarias, energéticas, automoción, constructoras, aseguradoras… (ANFAC, SEOPAN, FARMAINDUSTRIA, UNESPA, AEB, FIAB, CEHAT, FEHR…) y otras muchas que no se registran. Ya casi todos los poderes económicos y sociales aparecen asociados en lobbies que tratan de influir en los políticos para obtener beneficios para sus negocios e intereses. Pero los grupos de poder están en todos los ámbitos y hasta asociaciones de cazadores, videojuegos, ongs y, por supuesto, sindicatos tratan de influir en las decisiones de los gobiernos ejerciendo presión para lograr sus objetivos reuniéndose con diputados y ministros para condicionar sus agendas y, si cabe, ser incluidos en sus programas electorales. Lo malo de esto es que no conocemos las agendas de los diputados. No hay un registro público de todas las reuniones y encuentros que mantienen a diario esos cargos públicos, como sí existe en los congresistas americanos, que deben registrar hasta con quien comen y quien paga las comidas. La política de verdad se juega en la sombra entre lobbies y agentes del poder establecido. Lo que vemos en la televisión es puro postureo.

Y entre tan amplia panoplia de lobbies, hay unos muy especiales que no tratan de influir en el poder, directamente tratan de conseguirlo; se llaman partidos políticos. Esos son los auténticos lobbies. Un partido político es una agrupación de miembros vinculados por un único objetivo común: conquistar el poder. Cualquier cosa añadida puede considerarse sólo un adyuvante para lograr el fin; así, la ideología es una simple tapadera necesaria para conseguir el voto y, a la postre, cumplir su objetivo. Si fuera necesario cambiar de ideología para conseguir más votos, los partidos lo harían, de hecho, lo hacen: los socialistas se hicieron socialdemócratas; y los conservadores, liberales. El problema es que los nichos de las diferentes ideologías ya están ocupados, hasta el punto que empezamos a ver como se pisan unos a otros por ocupar los mismos espacios.

El modo de actuación de un lobby político se asemeja al comportamiento del cuco. El cuco pone los huevos en nido ajeno y deja que sea otra especie quien ponga la casa y la crianza, terminando por expulsar las crías a sus legítimos dueños. De la misma manera, el partido, una vez logrado el salvoconducto de los votos, lanza sus miembros cual brigada paracaidista sobre todos los resortes de la Administración, parasitándolos. Es decir, el partido pone todos sus huevos, incluso literalmente, en el nido de la Administración, dejando que ella sea quien los engorde. Tras la proclamación del líder, es el momento del reparto; todos los miembros del lobby tendrán su parte. Objetivo cumplido. El reparto del botín es suculento: diputados, ministros, secretarios generales, subsecretarios, directores generales de infinidad de ramas de los diferentes ministerios; secretarios personales de diputados; asesores mil del presidente y ministros, delegados del gobierno en cada autonomía, subdelegados en cada una de las provincias, presidentes y directores de mil fundaciones y empresas públicas y hasta chóferes y demás guarnición de subalternos… Todo repartido con magnanimidad por el líder entre todos los miembros del lobby; todos tienen su recompensa. Por supuesto, todo repartido a dedo; (el mérito y la capacidad se reservan para las declaraciones retóricas en las altas tribunas). El lobby sólo está para beneficiar a sus miembros. Las empresas públicas son un buen ejemplo: Correos, Renfe, Aena (aeropuertos), Puertos del Estado, Loterías y Apuestas del Estado, Hispasat, Navantia, Indra, Paradores, Red Eléctrica Española, Enagas, Cetarsa (tabacos), SAES (electrónica submarina), ENRESA, ENUSA (combustibles nucleares) y hasta el CIS (Tezanos)… estas y otras muchas, todas dirigidas por militantes del partido en el poder. No importa la capacitación. (La empresa de combustibles nucleares está dirigida por un filósofo; eso sí, socialista). La Administración es como una generosa ubre que amamanta a la nutrida prole del lobby; y si algunos quedaran sin silla, se inventan nuevos e ingeniosos organismos; ahí están para estos casos nuevos diseños como la Casa Mediterráneo, la Casa África, la Casa Árabe…, dirigidas por fieles servidores con sueldos que casi ningún español ganará nunca. Puede incluso haber algún descolocado de última hora; sin problema; le adjudicamos el Hipódromo de la Zarzuela, que también es público. El partido no deja a nadie atrás.

El problema de los lobbies políticos es que su poder es efímero. Porque acechan los miembros de un lobby rival, dispuestos a lanzarse sobre el botín como bandada de estorninos sobre un guindal. Es la genuina lobbycracia.

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